Proyecto financiado por el Fondo de Fomento de Medios de Comunicación Social del Gobierno de Chile y del Consejo Regional de Valparaíso


Me llamo Felipe Lizama Silva, soy sacerdote de la Iglesia Católica hace casi 9 años, tengo 35 y actualmente oficio en la comunidad de la Diósesis de Valparaíso, en la Parroquia De Los Desamparados de Quillota.

Tengo una hermana mayor, Paola, y un hermano gemelo, Paulo; él es párroco de la Iglesia Nuestra Señora de la Esperanza, en el Cerro Esperanza de Valparaíso y también, de la Parroquia de San Rafael, del sector de Nueva Aurora, Viña del Mar.

Luego de la separación de nuestros padres, cuando teníamos 14 años, un amigo nos invitó a participar en el grupo de Confirmación de la Iglesia de mi pequeño pueblo, Lagunillas, y es ahí donde hay un primer encuentro profundo, porque hasta entonces siempre habíamos estado con mi familia ligados a Dios, porque mis padres eran creyentes.

Gracias a esa invitación sucedió algo maravilloso: conocer el rostro humano de un sacerdote y también de los que se están preparando para serlo, que son los seminaristas, que eran 2 o 3 años mayores que nosotros.

El primer año lo dirigía un sacerdote, entonces era simpático porque podía alternar con un curita dentro del proceso de la confirmación y era muy cercano, porque como la parroquia era super chiquitita, éramos pocos y todos nos conocíamos, la relación fue muy cercana.

Aprendimos a conocer, con mi familia entera, una iglesia que no era la que veíamos por televisión, sino que era una más de barrio, donde el sacerdote y los seminaristas son personas sumamente normales y no tienen temor en mostrarse como personas comunes.

 

De la pelota al crucifijo

Crecí en un pueblo pequeño de la V Región que se llama Lagunillas, de la comuna de Casablanca. Fue allí donde nos desenvolvimos en lo familiar e intelectual, pero especialmente ahí se empezó a desarrollar en nosotros la gran pasión de muchos: el fútbol. Mi papá nos metió en el corazón, a mi hermano y a mí, y en todo nuestro ser este deporte y desde muy chiquititos soñábamos con ser futbolistas.

No sé si éramos tan buenos para la pelota, pero sí éramos apasionados y nos creíamos el cuento. Digo todo esto porque cuando tenía 11, 12 y hasta los 13 años en mi vida y en la de nuestra familia (papá, hermano y yo), giraba todo en torno al fútbol, íbamos al colegio, pero nuestra pasión era el fútbol.

Luego vino la separación de mis padres. Paulo y yo tomamos la decisión de dejar nuestra pasión, los que para nosotros significaba una pena super grande, dejar lo que hacíamos cuando no estábamos estudiando y quizás un futuro vinculado al fútbol.

Tengo amigos y algunos con que compartía cancha que llegaron a ser grandes futbolistas, incluso a nivel de selección. El tema es que cuando dejamos el fútbol quedó un gran vacío en el corazón, sobre todo en plena adolescencia, edad de búsquedas y ahí fue cuando apareció la Iglesia.

Conocimos a chiquillos que iban recién entrando al seminario, con sus temores y miedos, lo que me hacía mucho sentido porque no teníamos gran diferencia de edad, y verlos a ellos vestidos de seminaristas y darnos cuenta de que, si les pones otra ropa, son personas muy normales… y comenzó a gestarse en nosotros esta inquietud.

Por ahí comenzó mi corazón a hacerme la pregunta, una pregunta que fue acompañada por el sacerdote. Paralelamente mi hermano estaba en el mismo cuestionamiento. Paralelamente estábamos en la misma búsqueda, los mismos miedos. Sucedió que lo conversábamos, pero ninguno le dijo al otro. Como esto del sacerdocio es tan personal, tan profundo y que implica toda tu vida, no quisimos influenciar al otro.

Mi hermano fue el primero en tomar la moción de ir a jornadas vocacionales, que era la instancia que se tenía en el seminario para poder asistir y ver la posibilidad de un ingreso. Cuando lo veo a él y él también me ve interesado, no hubo palabras, fue sí, vamos.

Vivimos situaciones límite

Me defino como un hijo de Dios, pero no puedo definir ser hijo de Dios sin pensar en otro, sin pensar en este caso en mi hermano gemelo, pero también en otros. El oficio de sacerdote nos pone en la iglesia, en una comunidad y desde el primer día de la pandemia uno, como presbítero, se enfrenta a algo que se vive una vez en la vida y, si miramos para atrás, hay muchas generaciones que no lo vivieron.

Es un tiempo único donde uno puede equivocarse o achuntarle, también. Defino lo que está pasando como un tiempo de oportunidades muy grandes. Hay muchas situaciones adversas, el dolor por la enfermedad, por los muertos, por no poder vernos, ni ir a ver a nuestros seres queridos. Puede ser para muchos una situación muy adversa, negativa.

Como curita he podido ver que hay una sensación de pérdida muy grande, pérdidas humanas… me ha tocado hacer funerales, ser testigo de lo doloroso que es tener que despedir en el cementerio, de pasadita, a una persona que falleció por Covid.

Este caballero falleció no porque se expuso, él estaba dentro de su casa, pero su hija que era funcionara de salud, trajo el virus y los enfermó a todos, y falleció el papá…

Desde mi perspectiva, si no vemos la vida desde la fe, una mirada que nos obliga a decir “esto no termina aquí, esto no es sólo lo que vemos acá, después viene algo mejor”, podemos caer en un agobio super grande, en una depresión e incluso en una tremenda confrontación con los demás y para qué decir con Dios y con uno mismo también.

Estuve acompañando a esta enfermera que contagió a toda su familia, tirada en el pasto en el Cementerio Parque llorando por culpa. Son situaciones límite.

Enfrentarse al dolor

He aprendido que las mejores palabras son las que no se dicen. En el sentido del dolor, la palabra griega mystérion, que significa a labios juntos, ayuda mucho en este tiempo; no decir nada, pero sí estar, acompañar, lo mejor es decir hagamos un ratito de silencio y oremos, sintámonos en el amor de Dios. No preguntes el por qué, pregunta el para qué. Personalmente no creo en un Dios que mande el dolor como herramienta de aprendizaje.

Lo que yo he podido hacer y que Dios me ha permitido, es poder estar, de distintas maneras. Ha sido super fuerte tener que estar y no poder abrazar. Tener que estar y no poder tocar el hombro. Gestos de cercanía, de afecto. Pero yo creo que todos hemos ido aprendiendo lo importante que es estar, acompañar y llevar al misterio.

Llevar en este caso por mi oficio, por mi vocación a que contemplemos juntos a Dios y lo que estamos viviendo todos. No por ser sacerdote estoy acostumbrado al dolor y creo que tampoco los especialistas en medicina, los que han estado en primera línea en el cuidado en los hospitales.

He aprendido. también por la gran crisis eclesial que vivimos, que cuando uno se cree el todo poderoso, el fin último, uno se olvida de su misión.

En este tiempo he podido estar físicamente con algunas personas, pero en este tiempo también he podido estar espiritualmente muy unido a mucha gente que pide y que reclama la presencia de Dios y a veces también la presencia del sacerdote. Hemos podido crecer a través de los medios de comunicación, especialmente con la misa.

La nueva misa y las RRSS

Desde el día en que llegó el primer caso de coronavirus, paramos las antenitas como comunidad, incluso fui a comprar alcohol gel, para que el día domingo abriéramos y hubiera medidas de protección. Pero después, cuando la cosa fue creciendo un poco más, optamos desde el primer minuto de cerrar el templo, una medida super dolorosa. Estoy seguro de que mis feligreses estarán de acuerdo, porque somos una comunidad de barrio, donde hay mucho adulto mayor y en donde la Fe se puede sentir.

La gente entra a rezar, a estar en oración y para qué decir cuando hay misa. Sabíamos que, si abríamos el templo, aunque todos dijeran quédate en la casa, la gente iba a venir igual. Por eso cerramos.

Entonces ahí tuvimos un tema comunitario que conversar y lo hicimos desde el primer momento. Hace años atrás, hicimos una misa por Facebook, tuvo alto alcance mediático y la gente lo agradeció.

Y así fue en la Parroquia con esta pandemia, desde el primer momento decidí hacer lo mismo, aunque nuestra preparación ha sido arcaica. Transmito por el teléfono celular y hemos ido creciendo en comunión, desde la parroquia nos mandan los cantos y coros. Ha sido algo super bonito, porque todos los coros se han unidos, cosa que no pasaba antes y hemos podido experimentar la comunión vinculante que sólo se daba estando bajo el mismo techo.

Si hacer misas por Facebook es para validar tu trabajo y es para decir sigo siendo activo, tiene sentido que esté en este tiempo. Yo creo que es una mirada, pero no responde lo rico que es a lo que apuntamos. Hemos podido llegar en una comunión distinta a mucha gente.

Personas me lo han comentado: “Padre yo no iba a misa y ahora estoy participando todos los días”. Yo lo miro en lo objetivo, a veces en la misa de semana tenemos 100 personas conectadas, cuando en la misa en el templo había 5 personas. Es maravilloso, hemos podido llegar a mucha gente y no sólo en las misas, en sacramentos como los responsos, también.

Ya por cuestión de afinidad personal, hemos hecho una alianza estratégica con mi hermano gemelo y también con un cura amigo de una parroquia vecina, el padre Enzo, para poder turnarnos en la celebración de misas, porque a nosotros como curas, nos cansa mucho hacer misas online, porque queremos que todo salga perfecto.

Hemos hecho oraciones por videollamadas, por cuestiones de prevención y cuidado, así es que podemos realizar nuestra labor con una respuesta positiva gracias a la tecnología.

En ese sentido, creo que como iglesia hemos crecido mucho en la apertura. Sé de algunos sacerdotes que no tenían buena mirada de las redes sociales y ahora las están usando, haciendo oraciones a través de ellas, porque han comprendido que tenemos un tesoro que hay que mostrar, que puede estar en las redes sociales y que llega a tanta gente que nos sorprendería.

Humanamente se puede pensar en la vanidad, que yo soy el mejor sacerdote si tengo más seguidores, si llego a más personas, pero hay que darse cuenta de que no estamos para eso. No me estoy anunciando a mí, estoy para anunciar a Cristo y que su mensaje ojalá llegue a la mayor cantidad de gente.

Pensando el Covid-19 en positivo

De las cosas buenas que ha dejado esta catástrofe, creo que desde el primer día, es un valor purificador, de poder darnos cuenta de lo que realmente es importante y lo que no.

Hemos perdido la libertad de salir de la casa, pero podemos valorar estar más en la casa. Parece un contrasentido, pero es super importante. Nos hemos ido desligando de las cosas que no son importantes, edificantes o imprescindibles para la vida. Y yo creo que ahí está Dios silencioso, calladito, pero está dándole un sentido articulador a toda nuestra vida.

Esto ha sido una fuerza muy importante para acercarse a la Fe, al misterio. Cuando uno se sumerge en el sufrimiento, hay algo que te lleva a la esperanza y yo me atrevería a decir que es Dios, que está vivo, que está calladito y siempre nos está hablando, pero de manera misteriosa.

Se dice que Dios está en todo, y lo comparto, pero no está impulsando la pandemia. Dios es Dios en cuanto creador, pero no es el responsable de haber generado este virus. Es responsable de habernos creado y está acompañándonos, está con el que sufre, animando, dándonos esperanza. Está para llevarnos a un mundo mejor, pero no para darle el título de culpable.

No perdamos la esperanza

No perdamos la esperanza, somos hombres y mujeres frágiles que estamos viviendo una situación límite y podemos irnos directo a la negatividad: todo ha sido malo, no he podido salir, estoy encerrado en la casa; o también podemos utilizar la conciencia valorativa de lo que estamos viviendo para crecer.

Yo creo que, si todos nos damos este tiempo de cuarentena, impuesta o voluntaria, podemos hacer una suerte de retiro espiritual para valorar lo que estoy haciendo, lo que he hecho bien antes de la pandemia y debo mantenerlo y las cosas que he hecho mal y que debería cambiar.

Si antes de la pandemia no valoraba a mi familia y ahora descubro que es un tesoro, significa que tengo que valorarla, porque siempre está y estuvo ahí. Si mis amigos no me han llamado y con ellos carreteaba y hoy no están, aunque no aguante más y necesite un recreíto, tengo que saber valorar.

Si en mi vida he entregado mucho para comprarme un auto y en estos cuatros meses casi no lo he usado, puedo valorar que era importante, pero también puedo decir que le he entregado mi vida, tiempo y esfuerzo a cosas que hoy día no me han significado tanto.

Entonces podemos ir repasando la vida, lo que hemos hecho hasta la pandemia y podemos destacar lo que no podemos perder, quién quiero ser después de esta emergencia sanitaria.

Si lo miramos desde lo humano, tendremos respuestas y, si le “damos la pasada” a Dios, como decimos en Chile, Él también tiene algo que decirnos, porque quiere hacer de nosotros unas mejores personas.

Yo les invito a tener harta esperanza y a cuidarse mucho, pero también a no dejarse derrotar, a no abandonarse por la desesperanza, por la desolación. Dios permitirá que podamos sacar cosas buenas de este tiempo doloroso. Como dicen los libros de la Biblia en el viejo testamento “El oro se prueba en el Crisol”, o sea, en este tiempo hemos sido probados en el fuego. ¿Cómo vamos a salir?  Yo creo que mejores, tenemos que salir mejores. Si después de esta crisis no salimos mejores, es que no hicimos nada o es que lo que hicimos en este tiempo fue pura superficialidad.


 

Proyecto financiado por el Fondo de Fomento de Medios de Comunicación Social del Gobierno de Chile y del Consejo Regional de Valparaíso

Capítulo 4 – La fe en tiempos de pandemia

🙏 El Padre Felipe Lizama Silva de la Parroquia Nuestra Sra. De Los Desamparados Quillota, nos cuenta su experiencia en esta cuarentena por la Pandemia del Coronavirus.

Publicado por Diario El Epicentro en Viernes, 24 de julio de 2020