Quienes hoy frecuentan la Casa Blanca aseguran que el presidente estadounidense Donald Trump está más frustrado y furioso que nunca. “Hago las cosas bien, y es una guerra constante”, dice, y consume horas frente a la televisión, que transmite las investigaciones que lo salpican sobre el Rusiagate, la caída de Wall Street, el cierre del gobierno y las renuncias de funcionarios que lo critican. Es un fin de año turbulento para Trump, cada vez más crispado y aislado en una Casa Blanca caótica, donde los colaboradores son expulsados o huyen en estampida porque no toleran las acciones ni el estilo del magnate. Desde que asumió, hace ya casi tres años,el gobierno de Trump ha sufrido una sangría récord de ministros, asesores y pesos pesados, mientras el jefe de la primera potencia mundial rige al país a golpe de impulsos personales e inconsultos y sin una estrategia clara, lo que provoca alarma en los círculos de poder estadounidenses y entre los aliados internacionales. Está cada vez más solo y así, confiado en que tiene las manos libres para agradar a sus bases de la América Profunda, decide encarar la segunda parte de su mandato con una presidencia que para muchos está “fuera de control”.

El último en pegar el portazo fue el secretario de Defensa James Mattis, que renunció el jueves pasado con una carta en la que expresaba sus discrepancias con la visión del mundo del presidente y la importancia que Estados Unidos debería asignar a los países amigos, quienes últimamente han sido ignorados o vapuleados por Trump. El jefe del Pentágono dijo que se retiraría a fines de febrero, pero el magnate decidió este domingo anticipar su salida dos meses, al primero de enero, y trascendió que está furioso con el desplante del militar y los elogiosos comentarios que recibió. Lo remplazará su vice, Patrick Shanahan, un ingeniero mecánico exvicedirector de Boeing.

Antes que él, Rex Tillerson, ex jefe de Exxon Mobil nombrado como secretario de Estado y luego despedido por Trump, también había expresado sus dudas y preocupaciones. Si bien durante su mandato había trascendido que había llamado “idiota” al presidente, Tillerson permaneció en silencio durante varios meses después de su partida. Pero luego, en un reciente reportaje dijo que Trump era un hombre “más bien indisciplinado, a quien no le gusta leer, a quien no le gusta entrar en detalles, sino que dice ‘Eso es lo que creo’”.

Frente a esta avalancha de salidas, gran parte de la base electoral trumpista aplaude, diciendo que el presidente estuvo restringido por sus colaboradores demasiado tiempo y que se necesita ver a un Trump “auténtico” que cumpla sus promesas de campaña como la construcción del muro y el retiro de los soldados de conflictos lejanos. Complacerlos a ellos es la obsesión de Trump para la segunda parte de su mandato.