Pese a los problemas que viene enfrentando desde hace décadas, sigue siendo el nexo social más apreciado por los chilenos.
 
No obstante esta percepción, los mecanismos gubernamentales apuntan a corregir antes que a prevenir las situaciones de riesgo familiar.

 Hace cincuenta años atrás no había que darle muchas vueltas al concepto de familia: la relación hombre-mujer que prosperaba ante la atenta mirada del padre de la novia, debía terminar en matrimonio o simplemente renunciar. Aquella “otra” unión era incompatible con los cánones sociales de la época y se discriminaba a quienes se habían saltado el trámite del Registro Civil para vivir juntos. Luego llegaban los hijos, se consolidaba el modelo madre-hogar, esposo-proveedor, y quedaba constituida la familia funcional, fuera o no fuera una unión feliz.

En la década de los 70, el proceso de modernización y las tecnologías foráneas dieron paso a una avalancha de cambios que impactaron en la sociedad chilena. Había que adaptarse sobre la marcha y asumir que las nuevas opciones afectarían las viejas estructuras de una manera profunda e irreversible, en especial el mundo de la mujer, con el reconocimiento de sus derechos y la posibilidad de decidir sobre su matrimonio, su sexualidad y sus aspiraciones de realizarse fuera del hogar.

En ese contexto, era imposible que el modelo tradicional de familia se mantuviera incólume. De partida, la idea de “tener que casarse” dio lugar a la posibilidad de elegir entre el matrimonio o la convivencia de pareja sin ataduras legales, y en ambos casos, a la procreación programada  y si antes la viudez era la única causa de un hogar monoparental, las separaciones conyugales y más tarde los divorcios, arraigaron el prototipo de parentalidad femenina que se mantiene hasta la fecha y el cual tiende a proliferar.

Otra variedad pos moderna se constituyó a partir de los matrimonios fracasados y se le denominó “familia mosaico” por la incorporación de los hijos nacidos de la relación anterior a un hogar común donde además, existía la necesidad de armonizar la convivencia entre éstos y el nuevo cónyuge. El concepto de “los tuyos, los míos y los nuestros”, patentado en una película norteamericana, se volvió parte de la idiosincrasia chilena en los años 80.

Llega la cuenta

En una sociedad ideal, esos cambios tan radicales hubieran sido absorbidos exitosamente por un Estado previsor, centrado en el grupo humano y en el bien común.  Por desgracia, la mentalidad gananciosa y la supremacía del individuo empresarial por sobre la comunidad que no produce o produce menos, han generado un enorme desnivel socioeconómico, y ya se sabe que esas diferencias siempre van a recaer en los sectores más vulnerables.

Hoy, la familia chilena de bajos recursos enfrenta desafíos que en la mayoría de los casos se consideran extremos o al límite de lo soportable y no se debe tanto a las propias elecciones, tales como separarse y volverse jefa de hogar por alguna circunstancia particular, sino a la falta de un apoyo estable, bien organizado y éticamente obligatorio por parte del Estado.  Las ayudas son dispersas, van y vienen, cambian de uno a otro gobierno, se desgastan y al final lo que prevalece es un conjunto de organismos muy bien intencionados pero incapaces de absorber los problemas de fondo con estrategias de mayor impacto.

Increíble pero cierto

A la hora de investigar  los avatares de la familia, no hay hacia donde volverse en el plano gubernamental. Existen, eso sí, entidades específicas que protegen a la mujer, al niño, a las víctimas de abusos sexuales, a los ancianos, etc, pero nada que trate a la familia como un todo que posee una dinámica grupal, que no separa los problemas sino que los comparte y los vive a concho. Al menos, en la V Región, ese ente no es habido.

¿Dónde acudir entonces? La respuesta la tiene una organización no gubernamental, una típica fundación sin fines de lucro, tan quitada de bulla como suelen serlo estas entidades salvadoras, con excepción de Green Peace.

El lema del Centro de la Familia lo dice todo: “Mejor familia, mejor sociedad”, y los servicios que presta desde 1966 son permanentes, seguros y en muchos casos, regeneradores de una trama social que hace agua por todos lados, toda vez que sufre los estragos de una violencia que va en rápido aumento.

La directora de Cenfa Quinta Región, María Carolina Romero, es psicóloga clínica y su experiencia con los hogares disfuncionales va más allá de la simple teoría. Al interior de la sencilla y reluciente sede porteña, se realizan talleres de terapia que  tratan a la familia de manera integral y a la vez, a cada miembro en relación a los otros integrantes.  Esta labor se perpetúa en cursos de Consejería y Orientación Familiar, de los cuales han salido nuevas generaciones de trabajadoras sociales dispuestas a continuar su cruzada para fortalecer ese núcleo básico que, según las encuestas, sigue invicto en la preferencia de los chilenos.

Sigrid Boye