cocainaEl terrible incendio de Valparaíso, del 12/04, dejó en descubierto la situación de marginalidad de las zonas altas, en donde la presencia efectiva del Estado ha sido precaria, lo que se hizo sentir en los múltiples testimonios de vecinos damnificados que señalaron que a sus cerros no llegaba el agua, no había caminos para que subieran los carros de bomberos, había quebradas convertidas en basurales. Sin embargo, un ingrediente más peligroso aún de esa situación de abandono, pero que no se expresó abiertamente, ha sido la existencia cotidiana, en muchos de esos barrios altos, de redes de microtráfico, con grupos de delincuentes que van imponiéndose, infundiendo temor y  corroyendo  a la juventud vulnerable, con la tentación del dinero fácil.

Saltó el tema a la noticia a propósito del asalto a una cuadrilla de conscriptos el día 14 de mayo, cuando recién se había decretado el término del estado de excepción y las patrullas militares debían terminar sus trabajos de vigilancia en el área siniestrada. Ese episodio, que significó el robo de 4 armas de guerra, remeció la seguridad y demostró que había bandas de delincuentes instaladas en esas barriadas altas, disputando el control del tráfico ilícito. Una realidad de la que poco se habla, pero que basta con revisar los hallazgos de las policías durante el 2014, para comprobar que las mafias se han confundido con los pobladores comunes y corrientes, existiendo capturas en cerros como Rodelillo, Barón, Mariposas Cordillera. Esta realidad sórdida da cuenta de la existencia de grupos organizados, el último eslabón de la distribución de drogas. Algo que muchos sienten como un secreto a voces, porque en los barrios la identificación de los sitios donde se vende droga es muchas veces vox populi. Sin embargo, un manto de silencio cubre estos temas, que son tabú.

Cuando la ciudad afronta una de sus peores crisis, es el momento también de colocar el tema de seguridad en el tapete. Barrios más céntricos tienes patrullajes regulares de carabineros y existen los retenes y comisarías protegiendo por presencia. Pero en la parte alta todo fue destruido por el incendio y es necesario pensar en instalar retenes en puntos estratégicos, junto con plantear en paralelo a la reconstrucción, planes de reorganización vecinal que permitan articular planes cuadrantes, instalación de centros de acogida de SENDA para rehabilitación, restricción en todos los cerros de las patentes de botillerías y, además, restricción de su horario de atención. Porque esas botillerías “de urgencia” son habituales centros de rencillas, de borracheras colectivas y descontrol. Las familias se merecen un trato digno en cada barrio, donde las juntas vecinales puedan exigir que exista presencia policial y se eliminen estos focos de vicios y decaimiento. Cuando uno circula por esa parte alta de la ciudad y escucha que van a pintar las casas de emergencia “para que se vean bonitas”, uno siente estar viviendo un nuevo despropósito, pues se atiende a la imagen y no al fondo de lo que es calidad de vida en un barrio. Cuando se anunció el retiro del Jefe de Plaza, la sensación en las zonas altas fue de agobio y desprotección, pues los grupos de delincuentes están latentes y esperando su oportunidad para rehacerse del territorio y no se descarta que el robo de armamento y la detección de armamentos hechizos, estoques y caños de hierro que se usan para fabricar armas hechizas, sea la punta del iceberg y que mafias opuestas quieran tener el control del microtráfico en esas zonas.

Hay una deuda profunda con Valparaíso y es preciso poner el tema en el debate ciudadano para dar poder a las juntas vecinales y cuidar desde los organismos de seguridad que la amenaza de las mafias se elimine de nuestra ciudad, con el peso efectivo de la ley. Y que la clase política asuma que un Estado feble, incapaz de dar protección de sus habitantes, está incubando en forma irresponsable situaciones de convulsión social que estamos a tiempo de prevenir si hay voluntad política para ello.