Eddie Morales Piña, Profesor Titular, Universidad de Playa Ancha.

Hoy la ciudad de Casablanca tiene un hermoso Centro Cultural situado a un costado dela Plaza de Armas, que alberga dentro de su estructura ala Biblioteca Pública.Pero esta no siempre estuvo allí. Recuerdo que uno de mis primeros contactos con la biblioteca fue cuando ocupaba las dependencias del antiguo edificio de la Escuela Parroquial donde ahora se ubica el hogar de ancianos.

Sin embargo, mi amor por los libros se remonta mucho más atrás, porque fue en mi hogar donde me incentivaron tempranamente el gusto por la lectura. Por otra parte, recuerdo que en la Escuela114 –la actual Escuela “Manuel Bravo Reyes”-, existía una pequeña biblioteca de aula que me permitió conocer varias obras de la literatura juvenil, en unos hermosos libros editados por la Editorial Zigzag. Estos ejemplares eran de tapa dura de color amarillo y sus portadas eran verdaderas joyitas iconográficas. Entre esos libros cómo no evocar “La cabaña del Tío Tom”, “Las aventuras de Tom Swayers” o “Moby Dick”.

Pero volviendo ala Biblioteca Pública.Comencé a frecuentarla ya que, además, en alguna oportunidad el Liceo Coeducacional (que es el antecedente del actual) compartía dicha estructura física, por lo que para mí era muy fácil visitarla a menudo en mis tiempos de recreo.

En ese entonces conocí al señor Enzo Riquelme, quien era el bibliotecario; tiempo después llegó “Luchito”, un personaje que forma parte de su inventario pues hasta el día de hoy, entiendo, que sigue trabajando entre los libros. Con el señor Riquelme entablé amistad y manteníamos unas entretenidas conversaciones no sólo de literatura, sino también de política.

Eran los fines de los años sesenta y principios de los setenta, así que este tema nos entusiasmaba a todos, incluido a un alumno de enseñanza media como lo era quien escribe estas líneas. En las charlas sobre literatura conversábamos de los autores del Boom latinoamericano que estaban de moda, como por ejemplo Julio Cortázar, Mario Vargas Llosa, Gabriel García Márquez, Juan Rulfo, José Donoso, entre otros.

Por ese entonces,  creo que ya tenía formada mi vocación pedagógica incentivada por mi Profesor de Castellano, don Jaime Buzeta, y por doña Iris Daniou, quien era la Profesorade Inglés del liceo, pero que leía a los autores del Boom, y me prestaba las novelas que  iba terminando. Con el tiempo, el señor Riquelme partió al exilio, y nos dejamos de ver hasta que retornó a Chile años más tarde. En más de una ocasión hemos hecho recuerdos de aquellos años en su condición de bibliotecario.

Por mi parte, el amor compulsivo por lo libros me llevó a forma mi propia biblioteca que a estas alturas de mi vida tiene unos tres mil volúmenes aproximadamente entre los que tengo en mi casa y los que están en mi oficina en la universidad. Las bibliotecas son entes vivos y los libros tienden a invadirlo todo cuando uno les da pasada.

Los primeros textos comenzaron a llegar como regalos de parte de mi “madrina” María Didier Silva –quien era profesora normalista-, y los libros los adquiría en la Librería Orellana, ubicada en la calle Condell en Valparaíso. La librería persistió hasta hace poco en el mismo lugar, hasta que el “progreso” acabó con ella. Para mí era muy evocador volver a ese espacio que conocí desde niño.

Cuando ingresé a la Universidad a estudiar Castellano en los años setenta del pasado siglo,  dejaba parte de mis ahorros para comprar libros en una librería que existía en calle Victoria del puerto, a pocos metros del Cine Rívoli. Obviamente que ambos ya no existen como tales. El lugar donde estuvo la librería es ahora una disquería, mientras que el cine terminó sus días convertido en un “persa”. La librería se llamaba “El Pensamiento” y era atendida por su dueño, don Macario Ortés, un español republicano junto con su hijo Luis, quien era un destacado musicólogo. Cada vez que entraba al local había música clásica que salía de una vieja victrola. De esta librería me hice de varios libros, porque siempre tenía ofertas.

También frecuentaba las librerías de don Modesto Parera, ubicadas en Plaza Aníbal Pinto, una, y la otra en la esquina de calle Bellavista. Don Modesto había llegado en el Winnipeg, el famoso barco de exiliados españoles de Neruda, y era un destacado poeta. Con él siempre mantuve cercanía hasta su muerte. Otra librería famosa era “El Peneca”. De ella recuerdo, como si fuera hoy, la compra de “Historia personal de la literatura chilena” de Hernán Díaz Arrieta. Era un voluminoso libro que tenía en su portada el rostro de su autor, el famoso crítico Alone, quien en esa foto se parecía a mi abuelo paterno. Muchas veces pasé por la vitrina y contemplaba el libro hasta que logré comprarlo. Ahora, ahí está en mi biblioteca como un texto de consulta, histórico, de aquellos años en que estaba formando mi biblioteca.

En los últimos tiempos, me hice amigo de don Mario Llancaqueo, el dueño de la Librería“Crisis”, situada frente al Congreso en Valparaíso. Entrar a esta librería es realmente impresionante porque los libros lo abordan a uno, pues están por todas partes, incluso en el suelo, y siempre hallo alguna novedad para la biblioteca. Me recuerda “El Pensamiento”, en este sentido. A veces visito las librerías de los grandes centros comerciales de Viña, pero no me agrada mucho porque el espacio en que están situadas les quita ese aire más tradicional que tienen o han tenido  las del puerto.-

COLUMNA DE PRUEBA TOMADA DE CASABLANCAHOY.CL