Este martes se confirmó el fallecimiento de José “Pepe” Mujica, expresidente de Uruguay entre 2010 y 2015, a los 89 años de edad.

El deceso se produjo tras una prolongada lucha contra un cáncer de esófago que luego se extendió a su hígado, enfermedad que el mismo Mujica había dado a conocer públicamente desde su diagnóstico en abril de 2024.

El actual presidente uruguayo, Yamandú Orsi, había advertido el pasado domingo sobre el delicado estado de salud del exmandatario: “Está delicado de salud y no puede moverse. Estamos tratando de cuidarlo”, señaló entonces.

Desde el primer momento, Mujica enfrentó su enfermedad con la transparencia que marcó su vida pública. En abril de 2024 anunció el descubrimiento de un tumor en el esófago que luego confirmó como maligno. Para enero de 2025, ya había comunicado la expansión del cáncer a su hígado con palabras que reflejaban su particular filosofía: “El cáncer en el esófago me está colonizando el hígado. Sinceramente, me estoy muriendo y el guerrero tiene derecho a su descanso”.

Esta actitud frente a la enfermedad fue coherente con su forma de entender la vida y la política. El mismo hombre que donaba el 90% de su sueldo presidencial y vivía en una humilde chacra, enfrentó su final con la misma honestidad que caracterizó su trayectoria.

El legado del “presidente más pobre del mundo”

Durante su mandato entre 2010 y 2015, Mujica transformó a Uruguay en un laboratorio de políticas progresistas que llamaron la atención mundial. Bajo su gobierno se aprobaron leyes pioneras como la despenalización del aborto y la regulación del mercado de cannabis, medidas que generaron tanto admiración como controversia.

Pero más allá de sus políticas, fue su estilo de vida austero y sus reflexiones sobre el consumismo lo que lo convirtió en un fenómeno global.

Su discurso ante la ONU en 2013, donde criticó el “desarrollo ciego” de la sociedad moderna, se viralizó y lo consolidó como voz alternativa en el escenario internacional.