A nivel mundial no constituye una novedad, menos ahora en que la difusión informativa es global e instantánea, y por lo  tanto la “moda” a la cual alude la ministra de Salud, Carmen Castillo, se ha extendido y hasta cierto punto se ha vuelto masiva en movimientos liderados por personas que en teoría detestan las vacunas y en la práctica simplemente las rechazan y no se inoculan aunque las autoridades de salud pública así lo recomienden.

Desde la perspectiva personal se puede argüir que tal decisión pasa por el libre albedrío, pero el problema se presenta desde el momento en que la opción la toma un adulto en relación a un menor sin derecho a opinar, indefenso ante la autoridad parental y además, heredero directo de las consecuencias que puede generar la renuencia a utilizar las vacunas en el caso de enfermedades erradicadas en el mapa universal pero siempre latentes dentro de los complejos sistemas virales y bacterianos.

¿Quién puede saber más respecto de ese mundo aterrador de los microorganismos capaces de aniquilar a toda una población de seres humanos? Sin duda que los científicos e investigadores dedicados a esa especialidad  se hallan en primer lugar, también los expertos en inmunología y por supuesto los médicos, que cursan siete años de medicina general, uno de especialización en alguna de las ramas de esa ciencia y otro de residencia mientras hacen la práctica hospitalaria.

Es obvio que las personas comunes quedan fuera del círculo al cual se le puede atribuir cierta credibilidad en tan delicado y específico tema, sin embargo hay evidencias de que en Chile y en otras naciones el número de padres que no les ponen a sus hijos las vacunas obligatorias tiende a aumentar, y si bien la Organización Mundial de la Salud no ha informado que la estadística al respecto sea en verdad significativa, el hecho concreto es que a través de los pocos casos que se dan a conocer públicamente siempre existen dos factores relevantes: el primero es el niño o niña no inmunizado contra  ciertas enfermedades quien en forma eventual puede contraer alguna de ellas, y el segundo, que esa circunstancia detone una cadena de contagio que termine en una epidemia.

“Yo no vacuno a mis hijos”.-

En el pasado fin de semana, un noticiario nacional entrevistó a una joven madre que admitió haberse saltado todas las vacunas que el SNS exige desde 0 años, es decir, desde el nacimiento hasta los seis o siete años, pasando por las segundas dosis que deben aplicarse en las etapas intermedias. Los argumentos que la mujer esgrimió para justificar su proceder parecían razonables a simple vista, sobre todo porque el objeto de su experimento anti-vacunas andaba deambulando por allí, una niñita de tres años, sonrosada, de buen peso y hasta la fecha, sin historial clínico de ningún tipo.

Aunque la mayoría de esos casos permanecen en el anonimato, los medios de prensa y tv se las arreglan para sacar algunos a la luz como suele suceder con temas “peliagudos” que la ciudadanía ha podido conocer a través de la persistencia periodística. En 2012, una chilena de nombre Desiree estuvo en el centro de la atención pública debido a que a poco de nacer su niña, le advirtió al equipo médico y paramédico: “No acepto que vacunen a mi guagua”, situación por

demás inusual dentro de un sistema hospitalario que no consulta a la madre para aplicar la primera dosis de la BBG contra la tuberculosis, de la cual se administra una segunda dosis de refuerzo en el primer año de enseñanza básica. De hecho, técnicamente el recién nacido no puede dejar el hospital sin su certificado de vacunación correspondiente.

Pese a esa exigencia y al discurso disuasivo que utilizó el personal del recinto, Desiree persistió en su posición y firmó una hoja de alta médica en la que se había incluido una salvedad: “Madre no acepta vacuna BBG.” Como consecuencia de su actitud, el Servicio de Salud de Talcahuano interpuso un recurso de protección en tribunales y según el medio que la entrevistó, en noviembre de ese año la Corte Suprema dictaminó que su hija debía ser vacunada, incluso recurriendo a la fuerza pública si era necesario.

Desiree respaldó su negativa con una carta certificada al Ministerio de Salud solicitando informes, análisis, y certificados de inocuidad sobre los componentes de las vacunas y detalles del calendario nacional que las rige. La  petición no tuvo respuesta pero finalmente se llegó a un acuerdo con los abogados: “Me tenían que entregar certificados de inocuidad de las vacunas y un compromiso del Estado de que, si algo le sucedía a mi hija como consecuencia de ellas, se harían cargo de la situación; ahora estoy a la espera de esos documentos para decidir.”

En síntesis, las dudas que Desiree incluyó en su carta son las  más usuales y representativas de los grupos disidentes: ¿Cómo saber cuáles son los elementos que contienen las vacunas? ¿Cuáles pueden resultar riesgosos para mis hijos, o provocar en ellos una reacción fatal? ¿Quién garantiza que ello no va a ocurrir?

La sicosis del timerosal.-

Entre 2013 y 2014 los focos dispersos que hasta entonces habían mantenido a los detractores de las vacunas circunscritos a las redes sociales y a unos pocos medios informativos, se dispararon  y  sembraron el pánico en la comunidad internacional al relacionar las vacunas con el autismo y otras enfermedades de origen neurológico. Chile no fue una excepción y hubo un enorme revuelo en torno a un par de casos de niños autistas cuyos padres presentaron testimonios que refutaban la inocuidad de las vacunas.

Aunque en el debate se enjuició a todos los químicos que entran en la composición de los inmunizadores, el culpable principal y enemigo N° 1 de la humanidad resultó ser le timerosal, un compuesto del mercurio que aparte de su acción antiséptica y antifúngica sólidamente reconocida, se utiliza como preservante en diversas preparaciones farmacéuticas tales como sueros, productos nasales y oftálmicos, inmunoglobulinas, antialérgicos, y por supuesto, vacunas.

En respuesta a los miedos populares, su uso en esta última categoría fue puesto en tela de juicio a nivel mundial. En el año 2000 hubo 4000 demandas que asociaban el timerosal con el autismo y durante un período se prohibió su inclusión  en las vacunas para niños menores de seis años  o  se restringió a menos de un microgramo de mercurio por dosis, norma que todavía rige en algunas naciones.

Ante el riesgo de aumentar el número de niños no inmunizados contra enfermedades altamente peligrosas, la Food and Drug Administration, organismo supervisor de todo lo relacionado con drogas y alimentos en Estados Unidos, se unió a las conclusiones finales del Comité Supervisor de Seguridad y de la Organización Mundial de la Salud, en cuanto a que no existe relación alguna entre el timerosal y el autismo u otros problemas en el desarrollo neurológico en lactantes. La OMS aclaró que los efectos tóxicos están referidos al metilmercurio y no al timerosal, compuesto que entra en el grupo de los que utilizan etilmercurio.

En Chile, la controversia llevó a los políticos y autoridades en ejercicio durante 2013, a presentar un proyecto de ley con carácter de urgencia con el fin de prohibir el uso del timerosal en las vacunas infantiles, pero en enero de 2014 el ex ministro de Salud Jaime Mañalich confirmó el veto presidencial a dicha iniciativa y el proyecto se retiró con el beneplácito de la autoridad   sanitaria, quien dijo a los medios que“ todas las organizaciones lograron establecer que las vacunas son seguras, y por lo tanto pueden ser utilizadas con tranquilidad por la ciudadanía.”

Alerta por sarampión.-

Es una enfermedad grave y de acuerdo a los informes de la OMS, las tasas de mortalidad en la población mundial, especialmente en el segmento infantil, hasta hoy son elevadas, de ahí la preocupación de las autoridades por los dos primeros casos que se detectaron en Chile, un varón de 31 años que probablemente contrajo el sarampión durante su visita a China, y un lactante de diez meses que por ignorarse el origen del contagio, provocó  una mayor inquietud en el ámbito de la salud pública.

Desde los años 90 que en el país no existen registros de sarampión denominados autóctonos o propios. Según el doctor Pedro Aguilar, coordinador del Departamento Clínico de Pediatría de la escuela de Medicina de la U. de Santiago, “hace veinte años que no hay casos nuestros y los que se han producido son importados, es decir provienen de otros países”. Respecto a la situación de alerta de contagio que se vive actualmente en el país, el médico opinó que en lo inmediato “hay que esperar el resultado de las pericias que realiza el ministerio de Salud, además, la detección oportuna de los casos registrados y su aislamiento otorgan una mayor seguridad en cuanto a una propagación muy limitada.”

El sarampión se produce por un paraximovirus, de la misma familia a la que pertenecen la rubéola y la varicela, aunque esta última presenta síntomas mucho más benignos que sus parientes, sobretodo el sarampión, que mal cuidado puede ocasionar la muerte debido a que se aloja en las células que revisten la faringe y los pulmones. Conjuntamente con la alerta por esta enfermedad que puede complicarse, se produjo otro tipo de rebrote en la reacción de un grupo de madres que repusieron en la cartelera nacional su renuencia a vacunar  a sus hijos por las razones ya conocidas por la ciudadanía.

La ministra de Salud confirmó que hay un cuarto caso de sarampión  en la Región Metropolitana y que “se calcula que podrían ser más de diez si uno estima los contactos”. La autoridad manifestó su preocupación respecto a que “hay una moda en este momento de no vacunarse” y sostuvo que la población en riesgo es la que no está inmunizada, insistiendo una vez más en que “el programa de vacunación es serio y responsable, con años de prestigio, lo cual nos ha permitido bloquear a tiempo enfermedades infectocontagiosas.”

¿Por qué vacunar a tu hijo?

La respuesta del médico español José R. Alonso, una eminencia mundial en diversas áreas de la medicina y de la Biología Celular, resulta convincente: “Acabamos de saber que un niño de seis años ha ingresado en la UCI del Hospital Vall d’Hebron, en Barcelona, en estado grave a causa de no haber sido inmunizado contra la difteria por voluntad de sus padres; este es el primer caso en España desde 1987.” El facultativo hizo un llamado por la redes sociales a informarse sobre el tema de manera responsable.

En Chile, el doctor Aguilar reconoció que  “existe en el  país una cierta tendencia a que haya temores respecto  a las vacunas en general, lo que puede estar relajando la costumbre que tenía la población de ser bastante regular con las vacunaciones de los niños”. El académico de la U. de Santiago también llamó a recuperar la confianza en este tipo de medidas preventivas.

¿Se puede obligar?.-

Según la ley, las vacunas del Plan Nacional de Inmunización (PNI) y aquellas incluidas en campañas como las de prevención de la influenza, son obligatorias en Chile y se puede recurrir a instancias judiciales para que los padres cumplan con la norma, pero en la práctica, las autoridades prefieren apelar a la responsabilidad social y a la educación de la comunidad.

El jefe del PDI, doctor Fernando Muñoz, dijo que la obligatoriedad de los programas de vacunación está consagrada en el Código Sanitario y que constituye la ley madre de las regulaciones por las cuales se rige el sistema de salud. El CS, en su artículo 32  señala que el Servicio Nacional de Salud  tiene a su cargo la vacunación de los habitantes contra las enfermedades transmisibles y que el Presidente de la República puede declarar obligatoria la vacunación de la ciudadanía. Según Muñoz, “cada vez que incorporamos una vacuna a los programas, o se dictamina que se va a realizar una campaña de inmunización, se dicta un decreto según el cual se estipula que la vacunación es obligatoria para la población que se indica.”

En la contrapartida, los disidentes del sistema recurren a la Ley de Derechos de los Pacientes, entre los que se halla la posibilidad de negarse a recibir un determinado tratamiento por razones de creencias y convicciones personales, pero el doctor Muñoz señaló que todo eso se restringe porque en otro artículo de esa misma ley se estipula que esto no rige para los casos en los que la falta de aplicación de los procedimientos, tratamientos o intervenciones supongan un riesgo para la salud pública, y ese es el caso de las vacunas”.