Un hecho de sangre después de una marcha por demandas en materia de educación, y que nada tuvo que ver con la movilización social, sino que fue producto del desquicio de una persona que tenía una actitud personal de violencia e intolerancia, dejó a dos jóvenes de la Universidad Santo Tomás asesinados en los umbrales de su juventud,  Exequiel Borbarán a los 18 y Diego Guzmán a los 24 años. Ocurrió en Valparaíso y pudo tocarle a cualquier transeúnte que hubiese estado en la plaza publica en ese momento de furia de otro joven, Giuseppe Briganti . Y esa locura violenta de este joven ya se había anunciado en otras ocasiones, no era primera vez que amenazaba con arma de fuego a alguien, había tenido  actitudes intolerantes frente a personas homosexuales.  La tragedia es que aquello que se supo después de su detención, pudo ser motivo de una alerta temprana. La Fiscalía hoy lo procesa y está imputado por tres delitos: asesinato de dos personas, tenencia ilegal de armas y microtráfico.

¿Qué reflexión cabe frente a esta tragedia?  Repudiar este crimen que tronchó a dos jóvenes sanos que habían participado en un acto cívico y democrático, entendiendo que no fue un crimen político porque no fue represión del Estado,  sino fue consecuencia de la estupidez de un inadaptado, un estúpido armado, un peligro público. Dejar claro, además, que el derecho a la libre expresión y a manifestarse son sagrados y no pueden ser conculcados por la represión ni por la acción de delincuentes que infiltran las concentraciones para robos o vandalismo. Atendiendo ese derecho a marchar, lo trascendente es participar en la vida cívica del país porque el momento de los quiubos está en las urnas, en la participación política, en los plebiscitos vinculantes, en la redacción colectiva de una nueva Constitución. Es éste el camino ciudadano, comenzar a fijar los mínimos comunes denominadores para una sociedad más justa. Erradicar la violencia, los fundamentalismos y los dogmas, sería quizá el primer consenso.