-Educar para la convivencia significa inculcar valores de respeto, tolerancia y solidaridad en el ciclo de enseñanza pre escolar y básica. Esa es la propuesta de un experto en Educación, la que bien podría hacer una diferencia en las violentas conductas que manifiesta la juventud actual.

-Terminar con un estudiante en estado de coma, atropellado por causa de una feroz borrachera, o quemado por mezclas peligrosas que se untan en el cuerpo de los mechones, ya son parte de los festejos universitarios y hasta la fecha ninguna autoridad se ha hecho presente para dar soluciones a un problema que se ha prolongado demasiado.

24366-620x300“-Se me ponen los pelos de punta cuando empiezan estas celebraciones.”-declaró Marta Arévalo S., dueña de casa y madre de dos jóvenes que ya han pasado por los clásicos recibimientos universitarios a los nuevos alumnos.-“Al primero lo dejaron con unos pelones en la cabeza, tuvo que raparse al cero, y al otro, porque no quiso tomar más cerveza, le pegaron con una mochila llena de libros y le quedó un hematoma en la cara. Ahora tengo una sobrina que entró a la Católica, espero que no le pase nada.”-

Comentarios de esa índole reflejan muy bien las aprensiones y la preocupación de los padres por una situación que viene repitiéndose año tras año en las fiestas mechonaa, célebres tanto por su carácter masivo como por los incidentes violentos que se originan al interior de los espacios contratados para realizar ese tipo de eventos, cada vez más disociados del marco propiamente universitario y de lo que desean las autoridades académicas para sus estudiantes novatos, quienes además deben soportar las pesadas bromas que les hacen sus pares de segundo año en las celebraciones internas.

En ambas circunstancias y desde hace ya varias décadas suelen producirse excesos que rayan en la grosería cuando no en conductas que ponen en peligro la integridad física de los participantes, lo cual, según los expertos, constituye un síntoma de que la juventud actual, en una apreciable mayoría, se ha vuelto más desafiante con respecto a las normas que por años ha impuesto la sociedad en el logro de una convivencia armoniosa. Hoy gran parte de los festejos de recepción en las universidades consisten en someter a los novatos a pruebas humillantes que probablemente no acatarían bajo otras condiciones pero que ante la “autoridad” de los alumnos más antiguos se transforman en una suerte de pase para ser aceptados e integrados en un ámbito estudiantil desconocido.

“El sentido tradicional del mechoneo se desvirtuó con los excesos de violencia de los cuales hemos sido testigos en los últimos años”- señaló Ramón Silva, doctor en filosofía y sociólogo de la Universidad de Chile, quien hizo referencia a los orígenes de esas actividades en la década de los 40, cuando a los flamantes universitarios se les cortaba el pelo para identificarlos como “los nuevos”. “-La entrega del mechón más largo a los trasquilados le puso nombre a la tradicional fiesta de recepción, que en aquel entonces no pasaba de ser una verdadera novatada, sin riesgos ni damnificados como ocurre ahora”-.

Según el sociólogo, los actuales excesos de las fiestas mechonas se originan en sentimientos de violencia contenida por parte de los jóvenes, quienes se ven sometidos a muchas presiones y a un alto nivel de competitividad y exigencia, en especial si dependen de becas y créditos para sacar adelante la carrera elegida, y esas emociones pueden explotar cuando las conductas individuales se masifican y se refugian en el comportamiento del grupo.

Para la psicóloga Rosa Celedón, “la reflexión es interesante y perturbadora”, pero a su juicio “no se trata de una “tendencia” agresiva de la juventud sino de una agresión consolidada que tiene elementos que emergen inconscientemente y que dialogan en un ritual bastante perverso, una bienvenida al mundo de la competencia donde estos nuevos sujetos son humillados antes de ser aceptados en el sistema. Esto los lleva a  soportar una escalada mayor de adaptaciones donde la agresión va siendo la tónica para sobrevivir, y en tal sentido muchas veces vemos agonizar a profesionales presas del pánico por lograr un reconocimiento, un ascenso. Eso es lo que muestran estos ritos de “malvenida” al sistema.”

El denominador común: “el trago”.-

                Si bien la venta de bebidas alcohólicas está prohibida a menores de edad, es un hecho comprobado que la población juvenil, incluyendo a escolares de séptimos y octavos años de enseñanza básica, hoy tiene un mayor acceso a la ingesta de cerveza y licores fuertes como el pisco y el ron. Las noticias respecto a este tema no son alentadoras ya que con cierta frecuencia la opinión pública se impacta con escenas de colegiales de ambos sexos que se reúnen en los parques y terminan tirados en el pasto o tan embriagados que no son capaces de regresar a sus casas.

Ya en el año 1998, la Encuesta sobre Consumo de Drogas a la Población Escolar (Delegación del Gobierno para  el Plan Nacional sobre Drogas), estableció que la edad media de inicio a la ingesta de alcohol es de 13.6 años y que la edad media de consumo semanal se sitúa en los 14.9 años de edad. Actualmente las estadísticas establecen que más de un 80% de los escolares chilenos ha consumido alcohol en alguna ocasión, y un 43% consume al menos una vez a la semana. Estas cifras, claramente preocupantes, permiten deducir que la ingesta de bebidas alcohólicas aumenta en la etapa juvenil, ya que la presión que ejercen los pares y la inmersión en un medio social más competitivo también se incrementan, y con ello, identificarse con “el grupo” puede constituir una necesidad psicológica gravitante.

Desde 1960, en que el mechoneo comenzó como un inofensivo ritual de iniciación, hasta la fecha, ha pasado mucha agua bajo el puente. En 1990 se introdujeron los baños de vinagre, los revoltijos de huevos, harina y mostaza sobre las cabezas de los novatos, los cortes de pelo a tijeretazos, con heridas incluidas, y la obligación de mendigar dinero en las calles con el fin de recuperar los zapatos requisados en las salas de clases. A mediados de esa década, a tales prácticas se fueron añadiendo otras de carácter erótico y sexual o que implicaban situaciones de riesgo, como sucedió al término de un mechoneo de la Universidad Católica de Valparaíso, en que una joven de 19 años falleció atropellada por un tren cuando un grupo de estudiantes “cumplía” con la peligrosa prueba de caminar entre los rieles.

En 1999, un alumno que había ingresado a la Universidad de Concepción terminó en el hospital a causa de una intoxicación etílica que casi le causó la muerte, un hecho que constituyó el primer paso hacia los graves accidentes que vendrían en la década de 2000, con la instauración definitiva de las fiestas mechonas en locales arrendados para tal efecto, celebraciones que en el 99% de los casos se desmarcaron a causa del alcohol, un invitado artero y silencioso entre cientos de jóvenes con ganas de divertirse en grande y como “los grandes” pero sin los mecanismos de autocontrol que son propios de la madurez.

A partir del nuevo milenio, hay ejemplos de mechoneos lamentables del año que se pida y en la mayoría de las universidades del territorio nacional. Algunos, como los desbordes ocurridos en diversos balnearios del país en la última década, dejaron un saldo de estudiantes malheridos, atropellados en medio de peleas con sus pares o detenidos por las fuerzas especiales de Carabineros; otros dejaron un tipo distinto de remanente, la penosa sensación de que los adultos responsables en todos los niveles de la vida nacional, desde los poderes de Estado hasta la esfera familiar, no están haciendo su tarea: las llamadas “fiestas mechonas  hot”, las más celebradas por los novatos, los hacen partícipes de actos denigrantes y reñidos con la moral. Tener sexo en público antiguamente era parte de espectáculos nocturnos de la peor ralea, jamás de una fiesta juvenil con membrete universitario.

La “Universidad de Nadie”.-

                Más de cinco mil personas acudieron a la celebración mechona que se efectuó en el Jardín Botánico de Viña del Mar, el 17 de marzo del año en curso. Quienes asistieron al megaevento y lograron conservarse medianamente sobrios señalaron que el ambiente no tardó en degenerar en situaciones de violencia, botellazos y desmanes al interior del recinto, lo cual era de esperarse por cuanto los cupos no sobrepasaban los dos mil asistentes. Como resultado, un joven debió ser derivado a la Unidad de Neurología del hospital Carlos Van Buren de Valparaíso, tras recibir un botellazo que le acusó un TEC y lo dejó en estado de coma. Según testigos, tanto la víctima como su agresor habían bebido más de cinco latas de cerveza, lo que posiblemente detonó el episodio de violencia que ambos protagonizaron.

                Como suele ocurrir en estos casos, las responsabilidades se diluyeron en un mar de explicaciones que finalmente no arribaron a ninguna parte. La Federación de Estudiantes de la Universidad Santo Tomás se desligó por completo de “cualquier tipo de participación en la organización, difusión o convocatoria del evento” y aseguró “que todos los estudiantes  presentes, de esa universidad y de otras de la región, estaban allí en forma particular”, afirmación que de ser debidamente analizada permitiría concluir que los planteles de educación superior no han asumido la responsabilidad que les cabe en todos y en cada acto masivo en que participen sus alumnos; la “Universidad de Nadie” no existe, y el libertinaje debería tener nombre y apellido en el recuento final.

                El secretario ejecutivo del jardín Botánico, Alejandro Peirano, declaró a los medios que no tienen cómo fiscalizar el ingreso de bebidas alcohólicas en los eventos mechones, y que por otra parte los incidentes graves se producen por lo general fuera del Jardín Botánico. Si bien no mencionó los destrozos menores que dejaron los alumnos al interior del recinto, reconoció que los resultados del evento ameritan una reunión con el gobernador provincial “para que puedan implementar una política pública al respecto, ya que este espacio es el único que les va quedando a los estudiantes para efectuar ese tipo de actividades.”

                Lo que ha causado mayor impacto a la ciudadanía es el hecho de que ninguna autoridad académica o gubernamental se hizo presente en el lugar de los hechos ni efectuó declaraciones    respecto de un tema que ya está adquiriendo matices preocupantes ante la opinión pública y que a estas alturas constituye materia digna de incluirse en la agenda país. Más allá del fenómeno social que implica la recurrencia de la agresividad en los espacios juveniles, hay problemas de fondo vinculados con la violencia y la falta de control que deberían investigarse en beneficio de las nuevas generaciones.

En tal sentido, la ingesta de alcohol que termina en borracheras juveniles desde ya merece la atención de los especialistas; es en muchos casos, el detonante de episodios violentos e incluso fatales entre menores de edad, y está respaldado por una publicidad engañosa que insiste en convencer a la gente joven de que no es posible pasarla bien si no hay harto “copete” de por medio. Es hora de regular ese aspecto y a la vez desenmascarar la real dimensión de la “chela” o cerveza, la bebida alcohólica más popular en el estudiantado chileno, en apariencia inofensiva gracias a la publicidad que la pone casi a la altura de un refresco. En Bélgica, la cantidad de cervezas que se ingiere per cápita es la principal causa de alcoholismo en la población adulta y hoy existe conciencia sobre el efecto que pueden tener esas pequeñas botellas y atractivas latitas en la salud pública cuando no se toman los resguardos legales y sociales necesarios.

Opciones y miradas distintas.-

                Un caso digno de emularse es el de la Universidad de Concepción, entidad que en marzo de 2012 convocó a los nuevos alumnos de la Facultad de Ciencias Químicas     con el fin de pintar un mural  que los representara generacional y profesionalmente, de tal manera de iniciar una tradición con los futuros estudiantes de las tres ramas de la carrera, Química Analítica, Licenciatura en Química y Geología, cuyos elementos principales fueron incluidos en el diseño que realizó el licenciado en Artes, Freddy Agurto, quien además dirigió la operación. Entre profesores, decano y novatos, sumaron 128 participantes, quienes lograron culminar la hermosa obra en el transcurso del día, con un abundante bufet de refrescos y sándwiches para la hora de almuerzo.

-“La idea es que esto se convierta en una tradición y que cada generación tenga su propio mural. El próximo año pintaremos la muralla y se la entregaremos a los nuevos alumnos”-señaló el Decano   .

En 2013, los alumnos de Arquitectura de la Universidad Austral cruzaron el río  Calle Calle a bordo de balsas construidas con botellas plásticas y diseñadas por ellos mismos, como parte de la octava versión del concurso “Mechoneo en buena”, una actividad grupal que empezó con la recolección de 2000 envases desechables y se desarrolló en conjunto con los académicos de la Facultad de Ciencias de la Ingeniería, quienes realizaron pruebas de flotabilidad previas a la competencia.  Al término de la misma, “Guats,el bote más jugoso”, el “Botejohn” y el resto de las balsas se desarmaron para reutilizar el plástico en el proyecto de una casa enteramente construida con material de desecho.

Esos y otros muchos ejemplos constituyen la otra cara de la moneda, la de una juventud creativa que se maneja mucho mejor con las “trancas” propias de su edad y con las dosis de alcohol que no sobrepasan los límites de la sensatez y de la seguridad personal, lo que en buena medida tiene que ver con el grado de madurez mental que tengan los estudiantes que egresan de cuarto medio como adolescentes y unos meses después se integran a las universidades en calidad de adultos.

Según María Olga Herreros, psicóloga y docente de la Universidad Andrés Bello, “en Chile no existe una respuesta definitiva sobre si nuestros universitarios son o no adolescentes, esto porque para algunos expertos el límite está definido por la capacidad de los jóvenes de autosustentarse en términos económicos, y en Chile la mayoría de ellos en esa etapa aún es dependiente económicamente de sus padres y lo será  en casi todo el período universitario.”

                En el marco de ese concepto, si los jóvenes todavía se hallan bajo el alero del hogar, con mayor razón se puede aspirar a una mayor injerencia de los padres en la forma en que sus hijos se relacionan con sus pares y con el resto de la sociedad. No es cosa, entonces, de lavarse las manos cuando los chicos salen a festejar sin que tengan conciencia respecto  del daño que pueden causarse a sí mismos o causarle a otros por no haber aprendido a controlar sus conductas.

                El profesor de Educación en la UdC, Alejandro Muñoz, se refirió a las expresiones de violencia en el medio escolar y universitario, poniendo el dedo justo en la llaga al proponer abordar ese grave problema a través de la formación valórica:-“Educar en valores desde esa perspectiva significa desarrollar en los alumnos, la solidaridad, la justicia y la tolerancia como los tres valores esenciales para convivir en paz, para poder resolver los conflictos por medio del diálogo”-

 Educar para la convivencia puede resultar una herramienta eficaz en la lucha contra el bullying y otras manifestaciones violentas que tienden a perpetuarse en el ámbito juvenil. Tal como lo expresó la psicóloga Rosa Celedón, “un mechoneo debería ser un legítimo rito de paso, una bienvenida para un joven que comienza su formación profesional y que a través de ello se realiza y trasciende histórica y socialmente.”-