Paulatinamente hemos ido perdiendo las herramientas de la socialización tradicional “porque no nos vemos a nosotros mismos y vivimos como en piloto automático, sintiéndonos más protegidos detrás de una pantalla”.

                       Ventajas y posibilidades que ofrece el uso de internet son indiscutibles, pero también lo son los peligros que amenazan a  usuarios de todas las edades, en especial a niños y adolescentes.

                            Brigada de Delitos Informáticos de la Policía de Investigaciones se mantiene alerta y actúa rápido,  pero es un hecho que la legislación chilena se quedó muy atrás en relación a la rapidez con que avanzan las aplicaciones tecnológicas y la astucia de los delincuentes que las utilizan.

POR: SIGRID BOYE

c18dc4_internet-¿Por qué se habla cada vez menos de las cosas del espíritu? ¿Por qué los niños dejan de ser niños antes de tiempo? ¿Qué pasó con la típica conversación “de hombre a hombre” o “entre mujeres”, en las que papá y mamá trataban los temas sexuales? ¿En qué momento de nuestra historia, el libro dejó de ser un regalo maravilloso? ¿Es tan necesario ir por la vida con un aparato pegado a la oreja y otro en la mano, como una suerte de soporte ortopédico?

                  Esas y muchas otras preguntas de índole existencial encajan perfectamente en la dinámica propia de la civilización, que es una sola y abarca todas las formas de vida humana que existen en el planeta tierra, a diferencia de las “civilizaciones”, que pertenecen a las historias particulares de cada pueblo, región y país.

Aquel concepto único, que hasta unas cuantas décadas se tomaba su tiempo para sorprender a los terrícolas con algún trascendental invento, hoy simplemente va de salto en salto, desparramando nuevos y sorprendentes avances, la mayoría de los cuales tienen muy poco que ver con la verdadera ciencia y casi todo, con la tecnología utilitaria, hoy clasificada en dos grandes categorías: obsoleta (de ayer), y “de punta”, es decir, recién sacada de los mágicos hornos de Silicon Valley u otro lugar igualmente prodigioso.

 No obstante, hay que dar al César lo que es del César: en términos de civilización, definida de manera relativa como “progreso”, sería injusto negarle a la computación el mérito de haberle simplificado la vida a los habitantes del mundo en las múltiples y diversas actividades que constituyen sus culturas.  En ese sentido, los primeros “ordenadores”, de pantalla verde y números difusos, hacían exactamente eso: ordenar, clasificar y enlistar datos a una velocidad considerada milagrosa en aquellos tiempos, pero lo que vino a continuación rompió todos los esquemas anteriores, y quién se atrevería a restarle merecimientos a la famosa Internet sin provocar rápidas y astutas respuestas, sobre todo en los jóvenes, que habitan dentro de ella y salen muy de vez en cuando.

Una vez descubierto ese espacio infinito donde cabe de todo y todo se halla a un click de distancia, era previsible que en algún momento aquella maravilla de las maravillas, con todo su cortejo de aparatitos electrónicos, acarreara secuelas no deseables para el bienestar de los individuos. Porque si solo se tratara de una sociedad global, bien adiestrada en el uso de una tecnología compleja, es posible que nunca se hubiera producido el abuso ni las malas prácticas que actualmente causan tanto daño.

El problema es que ese adiestramiento se concentró principalmente en las habilidades cognoscitivas de las personas, lo que en principio parecía lógico, dada las características de los equipos y a que se necesitaron escuelas y profesores especializados en el manejo de los mismos. En ese período crucial, a nadie se le ocurrió adicionar programas paralelos que mantuvieran las raíces y el prestigio de las antiguas formas de cultura que ya en ese entonces comenzaban a dar señales de desgaste tanto en la esfera pública como en la privada. Tampoco se le dio importancia a crear una ética acorde con un sistema comunicacional desmesurado, y menos aún, a gestionar leyes para los delitos informáticos que no tardaron mucho en aparecer en el horizonte nacional.

 

 

En el reino del personal computer.-

 

                  A como dé lugar, y ya sea de segunda mano, más lentos o más sofisticados, los chilenos se las han arreglado para contar con una de esas joyitas entre sus preciadas pertenencias, y el uso que le dan depende en gran parte de los grupos etarios, de los intereses que por lo general comparten, y de las necesidades  que cada quien soluciona silenciosamente frente a su computador o al que puede acceder en un cibercafé.

                  Dentro de esos reinos particulares, podría pensarse que todo es “coser y cantar”. Las soledades ya no tendrían lugar con tanto ir y venir de mensajes, correos y recaditos con caritas  que sonríen y florecillas por doquier. Tan solo con el trajín que tiene la “amistad” en forma de inspiradores textos, lo lógico sería que los desencuentros fueran cosa del pasado en ese ámbito, que por lo demás es uno de los que más se manipulan en la red.

                  Lo curioso y trágico a la vez es que nunca como ahora, pleno siglo XXI, 2013, lo único que crece son las estadísticas de uso computacional mientras bajan los niveles de convivencia, compañerismo, diálogo entre padres, hijos y hermanos y hasta la forma de enamorarse está dando un preocupante vuelco.

                  La empresa ComScore, que investiga el  cibermarketing  a nivel internacional,  realizó un estudio titulado “Estado de Internet en Chile 2011”, el cual reveló que la famosa autopista informática tiene 7,3 millones de usuarios, lo que ubica a este país en el tercer lugar entre los 170 que son monitoreados por ComScore, con los máximos puntajes  en  Filipinas y Malasia.

                  Los internautas más jóvenes, entre 15 y 20 años, pasan alrededor de 32 horas al mes en la red, siete más que el promedio nacional y casi diez más que el promedio mundial, y ello debido a que Chile es un adicto a las redes sociales. El alcance de éstas es de un 93%, frente al promedio mundial, que llega a un 76%  y ello significa que nueve de cada diez chilenos las utilizan a diario.

                  En febrero de 2012, la empresa Facebook informó que la penetración de este medio en Chile superó el 80%, y en general, de las 25,3 horas mensuales que un chileno promedio pasa en internet, unas 8,2 horas de ese tiempo lo dedica a navegar por las redes sociales.

                  El informe concluye con una observación dudosamente optimista: “Chile es uno de las naciones que mejor se han adaptado a dichas redes, de manera muy rápida y masiva, lo que estaría convirtiendo a Facebook en la nueva plaza pública donde se reúne la comunidad.”

                  Mientras tanto, las plazas reales cada día están más desiertas. Con excepción de unos cuantos ancianos aburridos y un centenar de palomas voraces, muy pocos niños juegan allí porque nadie se da el tiempo de llevarlos.  Tampoco se puede pisar los prados de los condominios, que son hermosas jaulas donde nadie conoce ni medianamente bien a su vecino inmediato.  En los negocios de barrio, donde Pedro, Juan y Diego, la María y la Rosita se encontraban todos los días y dialogaban sobre las cosas sencillas y valiosas, han desaparecido o ya nadie permanece allí salvo para comprar y pagar.

                  En medio de tanta “comunicación” virtual, hoy se suicidan más personas, incluso más menores de edad; se separa el doble de las parejas que antes lo hacía después de mucho pensarlo, y el número de pacientes ha aumentado en las unidades de psicología infantojuvenil.

                  Según el sociólogo chileno, Andrés Parra, “somos más, vivimos más pero estamos cada vez más solos porque habitamos en un mundo de extraños, siempre a nivel de superficie, jamás de profundidad, como era antes. ¿Cuántos amigos de verdad, de carne y hueso, subsisten en nuestras vidas? Acaso los que comparten las happy hours, el baby fútbol, colegas de oficina, algunos conocidos, pero todos ellos atados a la situación puntual. Sacas el pisco sour, la pelota o el trabajo y se acabó la relación.”

                  El profesional aseguró que “estamos perdiendo las herramientas de socialización” y como no alimentamos nuestro espíritu, seguimos pensando que la solución está afuera, y que ese vacío lo llenará el mall,  la pantalla del computador o el último modelo de teléfono.”