Después de conocer los resultados de las elecciones el domingo 28, me dormí satisfecho. En muchas comunas los resultados dejaron fuera  a candidatos que habían faltado a la ética y habían defraudado las confianzas de la ciudadanía. Esto fue positivo y  se dio en Providencia, Copiapó, Valparaíso y Ñuñoa. Los estilos caudillistas fueron sancionados. Pero vino el tema de fondo, la abstención, tendencia preocupante que debilita la democracia representativa. Tenía la esperanza de una juventud responsable que se comprometería masivamente y votaría por rostros jóvenes.

Lamentablemente,  la juventud es un tema de actitud y quien no quiere cambiar el mundo es un viejo,  aunque tenga poca edad. Es viejo el, que se queja, y baja los brazos. Es viejo el que no asume compromisos. El día después me asomé como de costumbre al mundo y  vi el terrible Huracán de nombre Sandy que llegaría esa noche a Nueva York. El eje de atención varió. Surgió una conversación más importante, porque pudimos seguir en vivo y en directo la destrucción producida por una tormenta perfecta en pleno Manhattan. Ha sido el calentamiento global castigando el corazón de la potencia que más se ha resistido a suscribir compromisos para frenar las emanaciones. Lo que ha ocurrido en Nueva York,  me trajo de vuelta a nuestra realidad de aldea, donde hemos vivido tragedias similares y me avergüenza ver que un 60% del electorado se haya restado irresponsablemente del deber ciudadano, cuando más se necesita cuidar nuestro Estado Democrático  y corregir un sistema político agotado, sumando una fuerza cívica sólida por el camino ciudadano del sufragio.